"Siempre
agradeceré a Scauro que me hiciera estudiar el griego a temprana
edad. Aún era un niño cuando por primera vez probé de escribir con
el estilo los caracteres de ese alfabeto desconocido; empezaba mi
gran extrañamiento, mis grandes viajes y el sentimiento de una
elección tan deliberada y tan involuntaria como el amor. Amé esa
lengua por su flexibilidad de cuerpo bien adiestrado, su riqueza de
vocabulario donde a cada palabra se siente el contacto directo y
variado de las realidades, y porque casi todo lo que los hombres han
dicho de mejor lo han dicho en griego. Bien sé que hay otros
idiomas; están petrificados, o aún les falta nacer.
(...)
En cambio el griego tiene tras él tesoros de experiencia, la del hombre y la del Estado. De los tiranos jonios a los demagogos de Atenas, de la pura austeridad de un a los excesos de un Dionisio o de un Demetrio, de la traición de Dimarates a la fidelidad de Filopemen, todo lo que cada uno de nosotros puede intentar para perder a sus semejantes o para servirlos, ha sido hecho ya alguna vez por un griego. Y lo mismo ocurre con nuestras elecciones personales; del cinismo al idealismo, del escepticismo de Pirrón a los sueños sagrados de Pitágoras, nuestras negativas o nuestros sentimientos ya han tenido lugar: nuestros vicios y virtudes cuentan con modelos griegos. Nada iguala la belleza de una inscripción votiva o funeraria latina. Esas pocas palabras grabadas en la piedra resumen con majestad impersonal todo lo que el mundo necesita saber de nosotros. Yo he administrado el imperio en latín: mi epitafio será inscrito en latín sobre los muros de mi mausoleo a orillas del Tíber, pero he pensado y he vivido en griego."
Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar